Un día cualquiera
Te escribo hoy, después de tanto tiempo sin hablar contigo, para contarte algunas cosas que han pasado.
Mamá y papá seguimos trabajando, tu hermana comenzó la carrera y está muy contenta, además se está sacando el carnet de conducir.
Tu habitación está casi tal como la dejaste, aunque hemos metido algunas cosas más y poco a poco la vamos usando; al principio nos daba reparo, pero nos gusta sentarnos ahí y sentirte un poquito más cerca.
La perrita está ya muy mayor y hay que cuidarla y llevarla al veterinario de forma más habitual. ¿Te acuerdas cuánto te acompañó en todo ese tiempo, tumbados juntos en el sofá, mientras veías tus programas favoritos y te recuperabas de las quimios, las “radios” y las operaciones que sufrías?
Estamos muy orgullosos del guerrero, o simplemente del chico de 14 a 19 años cumplidos. ¡Con qué sonrisa afrontabas las revisiones, y las pruebas, la medicación, las noticias buenas, malas o regulares que nos daban!
Conociste y conocimos a muchos otros chicos y chicas que, como tú, estaban pasando por una situación similar. Hasta una novia tuviste a partir de una consulta en el hospital. Te hiciste famoso entre el personal de enfermería y auxiliares, e incluso los médicos yo creo que te miraban con admiración… ¡No me extraña!, todavía recuerdo cuando le preguntaste al oncólogo que si podías practicar el deporte de caída libre, y bueno, te dijo con buenas palabras que lo dejaras para otro momento.
Viajaste junto a muchachos y muchachas por países y lugares en los que nunca habías estado, rodeado de personal sanitario y voluntarios que os acompañaban y deseaban que fuerais felices por encima de todo, y que olvidarais por unos días vuestra enfermedad. Y lo conseguían, volvías exhausto pero con una enorme sonrisa y ganas de volver a ver a los nuevos amigos que habías hecho en esas aventuras buscando delfines, o recorriendo palacios desconocidos e inolvidables.
Nosotros, mientras, hablábamos con otros padres y madres de problemas parecidos, de miedos y también de alegrías en las salas de urgencias por las que pasábamos en aquellos años. ¡Cuánta fuerza y vida encontramos por allí!
Vivíamos la vida con una intensidad como nunca lo habíamos hecho.
Una ola inmensa, un tsunami de solidaridad se nos echó encima. Gentes que no conocíamos de nada ocupaban su tiempo en acompañarnos por los pasillos, en preguntarnos, en entretenernos, en facilitarnos la vida cotidiana que se había hecho de repente tan complicada.
¡Quién lo hubiera dicho que íbamos a depender tanto de esos desconocidos que nos regalaban su tiempo, su atención todos los días de la semana, sin festivos ni fiestas de guardar! Un payaso entraba de golpe en tu habitación y cambiaba nuestras caras largas de gestos de sorpresa y preocupación, al principio, para acabar sonriendo tímidamente y luego riéndonos sin complejos.
¿Te acuerdas?, mamá te acompañaba durante horas en las salas de espera del hospital, mientras jugabais a todo tipo de cosas, y os reíais, y discutíais, y os daba tiempo de nuevo a reconciliaros, hasta que por los altavoces te llamaban, por fin, para entrar a ver al doctor y recibir los últimos datos de la resonancia o del análisis.
Yo aparecía a veces para desesperarme y que me dijerais que mejor hubiera hecho en quedarme trabajando, pero claro, aquellos días quería intervenir también en las decisiones importantes que a veces había que tomar.
Y en casa las listas de medicamentos, de dietas, de citas en el calendario, de notas a tener en cuenta, de anulaciones, de compras pendientes y tarjetas caducadas. Pero manteníamos la infraestructura como lo hace un ejército ordenado que se mueve en bloque y con un solo objetivo: que vivieras y te curaras.
– ¡Pero diles la verdad!, te insistía yo por lo bajines, y tu respuesta era tajante: Es mi vida, y cuento lo que quiero. ¡Claro que sí!, de nuevo tenías razón.
Miedo, no sabemos si lo llegaste a sentir, suponemos que algo habría, pero desde luego a nosotros nunca nos lo dijiste. Quejas no tenías, salvo algunos dolores agudos que había que tratar adecuadamente.
Hubo una época en que remontaste y decidiste cumplir el sueño del adolescente muy especial en que te habías convertido: ayudar a niños y niñas que estaban en situaciones complicadas a causa de tumores y las consecuencias de sus tratamientos.
Y nos hablabas de aquella niña a la que físicamente levantabas para ir de un lado a otro, o las risas con los pequeñajos con los que tanto disfrutabas, y te metiste de voluntario en uno de las asociaciones en las que ya participábamos.
Y los domingos y festivos te atrevías a salir de marcha con tus antiguos amigos para pasarlo bien, como los demás. Nuestra obligación era, a pesar de todo, dejarte ir y que disfrutaras del tiempo que te pertenecía.
Un día cualquiera puede cambiarte la vida entera.
Es verdad, y cuando miramos hacia atrás, sentimos un inmenso amor hacia a ti y una extraña alegría de haber vivido juntos tantas cosas, y tantos obstáculos, y tantos retos, y tantos abrazos y caricias.
Y un día cualquiera alguien, en alguna parte de este mundo, descubrirá en una cadena de ADN, o en una célula madre, o en un laboratorio de investigación, o en un ensayo clínico de fase uno, o en un estudio sistemático y controlado y monitorizado, o por casualidad, o tras arduos trabajos…
Pues eso, que un día cualquiera descubrirán la forma de curar el cáncer o de hacerlo crónico. Y tantos y tantos tendrán un enorme motivo de celebración y de seguir mejorando este planeta. Y tú sonreirás desde donde estés, y te alegrarás como el que más de esta noticia inaudita. Y nosotros brindaremos junto a todos los que han transitado por este camino.
Un día cualquiera venceremos al cáncer, todos juntos. Te queremos.
El que acompaña.
Relato de Fco. Javier Hortal García,
ganador del concurso de relatos de GEPAC 2019.
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