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BankiaxASION: Diez corredores unidos por un objetivo

Una semana antes del día 26 de abril, las previsiones ya auguraban que ese domingo iba a llover. Lo que desconocíamos era que iba a ser el único día lluvioso en tres meses. ¡Mala suerte!, pero estábamos preparados para correr con lluvia, viento, granizo, nieve o cualquier otro fenómeno extraño. No nos habíamos estado preparando una carrera de 42,195 kilómetros para que un estúpido contratiempo nos fuera a fastidiar. Nos daba lo mismo el tiempo que hiciera, nos era absolutamente indiferente, una anécdota más para añadir al relato épico de una prueba solo apta para hombres muy hombres y mujeres atrevidas;  nos preocupaba más el estado de nuestros cuerpos, lo que debíamos comer los últimos días antes de la carrera y si debíamos reducir o no el tiempo de entrenamiento.

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Durante toda la semana el que no se quejaba de las rodillas, tenía un dolor en la cadera, los gemelos rígidos o le dolían los pies. Somatizábamos cualquier contratiempo ya fuera el frío, el calor, el cansancio, los nervios, cualquier motivo era bueno para justificar un posible fracaso. Por los comentarios que hacíamos era como si un ejército de lisiados se hubiera propuesto un objetivo tan difícil de cumplir como un programa electoral.

Equipados con miles de excusas y una camiseta, un pulsómetro, un brazalete para la música en el móvil, por si acaso, geles energéticos, el reloj cuenta kilómetros, las zapatillas con amortiguación para proteger las articulaciones, crema para evitar rozaduras, gafas de sol (¡ja!) y con mucha, mucha ilusión, quedamos a las 8,15 del domingo 26 de abril en la cafetería del Círculo de Bellas Artes a tomar un café, perpetrar algún retrato para el álbum familiar y eliminar los restos de la copiosa hidratación que aconsejan todos los manuales del buen maratoniano.

Parece una tontería pero disponer media hora antes de la carrera de una silla, un café y un aseo marca una diferencia sustancial respecto de otras carreras y si no que se lo pregunte a alguno de los compañeros que habían participado en el maratón de Nueva York. Allí te levantan a las cuatro de la mañana, a las siete te transportan a un parque al otro lado del puente que une Brooklyn con Staten Island, donde a los pocos minutos la hierba, la tierra y el rocío de la mañana se mudan en un lodazal, en un campo de refugiados de una guerra inexistente, con dos bandos, los que disponen de una manta para evitar el frío de la madrugada y los parias que ante la falta de previsión van mendigado alguna prenda de abrigo que los cresos abandonan cuando les llega el turno. Ni que decir tiene que, nuestros compañeros, gracias a sus acreditadas marcas, salían en último lugar tras tres horas de espera en el Gateway National Recreation Area. Por eso estar confortablemente en una cafetería del centro de Madrid hasta diez minutos antes de la salida, era un lujo, llovía sí, pero un lujo.

A las nueve en punto dieron la salida y un grito de júbilo estalló ante la diosa Cibeles y esta vez no porque el Madrid hubiera ganado la liga, la copa del Rey, ni siquiera la Champion a pesar de haber derrotado de nuevo al Atlético de Madrid. No, era el grito unánime de los 15.000 corredores, al estilo maorí, para darse ánimos, conjurar el fantasma de la decepción y celebrar haber llegado a una prueba en la que muchos son los llamados pero poco los elegidos y no es por presumir (que también) pero que exige preparación, esfuerzo, disciplina, pero sobre todo afán de autoafirmación. Si además lo hacíamos para recaudar fondos por y para una buena causa, la coartada había sido perfecta.

Durante la primera parte de la prueba tocaba subir por el paseo de la Castellana hasta las torres que alguien bautizó, espero que no fuera Zapata, como la bolera de Bin Laden, enfrente de lo que no se sabe si terminara siendo, o no,  la operación Chamartín. Estos primeros kilómetros sirven para ir desentumeciendo los músculos, bromear con los compañeros, hacernos unos “selfies” animar y animarnos,
avisar a los demás para que eviten –especialmente ese día- caer en alguna de las balsas que forman la lluvia y el buen estado del pavimento. Si eres buen observador, si eres malo casi seguro también, descubres detalles insólitos como individuos corriendo descalzos, imitando a los indios tarahumaras, o mejor, en chancletas hawaianas desafiando a Nike, Adidas o Asics.

Para resaltar el nombre de la carrera, el Rock & Roll Madrid Maratón 2015, nada mejor que situar cada pocos kilómetros bandas de música compuesta por gente desganada, aburrida, inapetente y no es para menos cuando su público, más que escucharles, huye.

Y los kilómetros pasan, las primeras molestias hacen acto de presencia. No hay problema, unas chicas y unos chicos en patines y armados con esprays de réflex se acercan y te pulverizan en el músculo dolorido o en el de al lado, porque es imposible, unos corriendo y otros en patines, precisar dónde va a caer el líquido milagroso. Un corredor pidió que le rociaran en una pierna, cubierta por una malla infranqueable del equipo Kalenji.

Cada pocos kilómetros un respiro, en los puestos de avituallamiento la organización había dispuesto voluntarios para dar de beber al sediento, dar de comer al hambriento, dar posada al necesitado, vestir al desnudo….umm me temo que me he equivocado de libro. Como resultado decenas de botellas medio llenas alfombran el suelo y hay que estar ojo avizor para no pisarlas y tener que abandonar la carrera antes de tiempo.

En el kilómetro 20 se parte la carrera en dos, los que van a completar “línea” que son los del medio maratón y los que seguimos para “bingo” o sea el maratón. Los que ya ven la meta al alcance de sus zapatillas animan a los que aún les queda la otra mitad.

Las carreras populares de 10 kilómetros por Madrid se ajustan casi siempre al mismo trazado: Retiro-Castellana-Plaza Castilla- Príncipe de Vergara-Retiro, incluso el medio maratón no tiene apenas variaciones en el recorrido. El maratón, a partir del km 20, transcurre por el Madrid más turístico, Puerta del Sol, Palacio Real, Parque del Oeste hasta llegar a la Casa de Campo, donde se afronta el famoso muro, el más temido por los corredores, el km. 30.

Muchos hablan de este instante como decisivo, te juegas el ser o no ser, el acabar o no acabar la carrera y hay quién no supera esta barrera, yo no conozco a ninguno que haya tenido que abandonar precisamente en este punto luego igual es un mito, uno más para acobardar a los neófitos. Supongo que si intentas darlo todo el principio cuando llegas al km. 30 tus fuerzas te pueden abandonar pero si no arriesgas mucho, el 30 es tan duro como los kilómetros anteriores.

Apenas quedan 12 km para terminar y el cansancio es evidente. La gente ya no habla, las bromas se minimizan, la mente concentrada en una sola tarea, continuar corriendo y que los kilómetros vayan cayendo. Hasta este momento uno va contando la distancia que lleva, ahora te fijas en la que te falta para terminar. Hay que llegar al “muro” con reserva de fuerzas físicas y mentales para afrontar el resto de la carrera con garantías. Una máxima entre los corredores dice que, en un maratón, 30 km se corren con las piernas, los 10 siguientes con la cabeza, los últimos 2 con el corazón y los 195 metros con lágrimas en los ojos.

A estas alturas el maratón ya no es un conjunto compacto de corredores como al principio sino  cuadrillas de corredores desgajadas unas de otras, con caras desencajadas preguntándose qué hacen ahí, anhelando una cerveza y exprimiendo las pocas fuerzas restantes para alcanzar la meta.

La parte final es la más dura, quien conozca Madrid bien, sabe que, si pasas por la Casa de Campo y acabas en el Retiro, por mucho que quieran (los organizadores) suavizar la carrera, las cuestas son inevitables. La alternativa si no vas sobrado es hacerlas andando y aunque no es muy ortodoxo, mejor eso que echar el bofe.

La lluvia con su monótona presencia es la protagonista del último tramo del recorrido lo que nos impidió ver a un grupo de ASION que se había apostado en Ortega y Gasset con Príncipe de Vergara para alentarnos.

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A medida que el Retiro se aproxima, y a pesar del agua que caía, la animación de los espectadores va en aumento. Gritos de venga, que esto está hecho, no os queda nada, la meta está a la vuelta de la esquina y mi preferido: el dolor dura un rato, el orgullo es para siempre.

Cuando entras en el Paseo de Coches ya sabes que el sueño está a punto de lograrse, aunque como cada uno de los patrocinadores ha dispuesto un arco inflable con su publicidad no aciertas a saber cuál de ellos es el bueno, el que señala que por fin que has llegado. Cuando lo confirmas se desatan tus emociones y te invade un amor a la humanidad que te pondrías a soltar besos y abrazos indiscriminadamente.

El maratón ha acabado y todos muy satisfechos por el logro conseguido, pero no olvidamos que esa carrera empezó meses atrás y se cimentó en cada uno de los entrenamientos diarios que costaban sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas (bah, ya será menos). Sin esa preparación es prácticamente imposible completar los 42,195 km. Y sí, será menos, porque la verdadera lucha y el verdadero esfuerzo es el que inició ASION hace 25 años para dar apoyo a las familias de esos verdaderos héroes que son los niños con cáncer y su combate diario para salir adelante.

Desde aquí os decimos adelante, unidos lo conseguiremos:

Jaime González Lasso de la Vega, Juan Pablo Hernández de la Merced, Paul Van Panhuys, Francisco Javier Vico, Francisco Javier Serrano, Manuel González Vallejo, Antonio Pérez Labarta, Augusto Caro Herrera, Alvaro Martín Sauto y Sebastián Redondo.

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